miércoles, 15 de enero de 2014

La imagen personal como indicador de valores (y más)

Uno de los debates más recurrentes en un contexto relajado social, suele ser la imagen personal. Siempre hay alguien que defiende la premisa de que la misma debe ser fruto de la expresión libre de la personalidad de uno, sin importar el efecto que cause sobre los demás, alegando que es ésta la actitud sincera y honesta del individuo y por lo tanto, la correcta en el convivio social en comunidad. No puedo estar en mayor desacuerdo.

He escrito anteriormente en otras plataformas sobre este asunto y la verdad, no creo que se trate de un debate de opiniones, sino de conciencia. Tampoco considero que la libertad de pensamiento, credo o identidad cultural, todas ellas importantísimas y necesarias para el bienestar de una sociedad, tengan absolutamente nada que ver en este debate.
Esforzarse a diario para tener una imagen agradable a los demás requiere de la combinación proporcionada de inteligencia emocional, educación, salud mental y física, capacidad de observación del entorno y un enorme respeto tanto hacia uno mismo como hacia los demás. 

Si partimos de la premisa (no hagamos esto a la ligera) de que alguien con un mal aspecto o pésima imagen -a ojos de la mayoría que tratan a diario con ésta persona- no tiene ninguna enfermedad, ni física ni mental, ni es adicto a ninguna droga depresiva o alucinógena, ni está bajo tratamiento médico o psiquiátrico por algo grave, entonces, no tiene excusa.

Una persona saludable a quien no le importe ser agresivo u ofensivo a la percepción ajena de la mayoría de los mortales con quienes “decide” trazar su diario vivir, claramente, no ha sido bendecida con el regalo de la educación y los valores que ésta conlleva en su seno familiar, o bien, a pesar de haber recibido ésta y otras bendiciones, dicha persona es simplemente un completo o completa egoísta, que sólo piensa en satisfacer sus necesidades y que no le incomoda en lo absoluto causar un agravio a terceros, con su toma de decisiones, entre ellas, las que conciernen a su aspecto.

Si llegamos a este punto, nos topamos con el cruce de dos corrientes de actitud: el egoísmo y la falta de ética cultural y social.
El concepto del “amor al prójimo” parece ser el objeto de burla favorito para este tipo de individuo, quien solo puede convivir con personas que tengan las mismas carencias emocionales (lo cual no les garantiza la felicidad) o con personas que viven aterradas, sometidas a su voluntad. Porque los que queden fuera de cualquiera de estos dos grupos no van a tolerar la agresividad pasiva y la falta de respeto de alguien consciente que, con su imagen, anuncie públicamente que los demás no le importan en lo absoluto.

La libertad de uno termina donde comienza la del otro. Generalmente todos están de acuerdo en la premisa, el conflicto surge cuando una persona no tiene el valor de aceptar en qué momento terminó su espacio de libertad.

Hay que tener la inteligencia emocional en “modo estable” para tener la capacidad de detectar los límites de la sana convivencia o por lo menos haber sido exquisitamente educado bajo una disciplina casi extinta, porque hace casi 40 años que pasó de moda y que llevó a las nuevas generaciones a ser -demasiado a menudo- egoístas y maleducados, en proporciones catastróficas.

La esperanza de un mundo mejor en cuanto a imagen personal se refiere, hoy me la dan dos ideas: Una sería que “todo vuelve”, la cual encierra de forma optimista que no solo las modas regresan, los estilos de vida y actitudes también y el péndulo golpea extremos para hallar un término medio fruto de la fusión de ideas que, en manos de seres honestos y de buena voluntad, puede llevar al mundo a ser mejor y la otra idea es que la poderosa y gigantesca industria de la moda está educando a la sociedad en aspectos que fueron ajenos a la mayoría por generaciones y que programas como “No te lo pongas” “Diez años menos” o cómo me veo, están haciendo mella positiva en hombres y mujeres de nuestro mundo en nuestra sociedad, tan consumista.

Ojo, el consumismo es una fiera atroz de dos cabezas, el exceso y el pasotismo reivindicativo, ambos extremos son nocivos. Ojala aprendamos pronto a ser un mejor auriga, nivelando la necesidad de vernos bien, es decir, saludables y agradables a los demás, contra exageradas exigencias de consumo que más que sumar, nos restan.

Al final del día, sumar éxito emocional, social y económico en nuestras vidas a través de nuestra imagen es, como todas las cosas importantes en nuestra vida, Cuestión de Actitud.

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