lunes, 13 de enero de 2014

Vivir lejos y estar más cerca

Los que viven lejos de su país de nacimiento sabrán a qué me refiero cuando digo que, a veces, cuando estás lejos es cuando más veces al día te acercas a la tierra que te vio nacer. Lo haces con el alma, con el corazón, claro, no con los pies, pero de algún modo logras llegar.
De pequeña leía historias de emigrantes, la mayoría hombres valientes que dejaban la seguridad del entorno que los convirtió en hombres,  para adentrarse a experiencias inciertas,  bajo la premisa de que encerraban oportunidades necesarias para el bien de los suyos (o del propio).

En cualquier caso, era un sacrificio que pasaba “arrollador” sobre un ser humano como una enfermedad que deja secuelas visibles de su efecto devastador… A veces éstas, las huellas, están en el corazón y es entonces cuando las encontraríamos en la mirada del emigrante. Otras veces están en su cuerpo físico, fruto del desgaste de una aventura desdichada o corrosiva.

Pero actualmente, el fenómeno del emigrante ha cambiado en tantísimos aspectos que pareciera que nada tiene que ver con el romántico aventurero de antaño, o los desdichados desterrados, también de aquel entonces. Hoy nació el movimiento migratorio humano como nuevo sistema de vida, para la especie en cuestión.

El humano migrante no es el emigrante sino una nueva especie, con nuevas características sociológicas, psicológicas y me atrevo a decir, biológicas… Poco tiene que ver con los pueblos nómadas de la Tierra, las olas migratorias responden a factores complejos que surgen básicamente de dos fieras, la  Guerra y la Crisis Económica en las sociedades modernas.  A veces es una sin la otra, a veces van de la mano, pero siempre son poderos motivos para salir a perseguir la subsistencia o la mejora de la calidad de vida más allá de tu área de confort.

Es interesante ver cómo el fenómeno tiene un impacto bidireccional y el factor de cambio se da en todos los vértices de la situación: los que se van afectan a los que se quedan transformando sus mentalidades, cada quien de forma diferente pero siempre abriendo sus mentes. Los que se quedan afectan a los que se van, a menudo recordándoles de dónde vienen y haciéndoles sentir añorados o queridos de maneras que nunca antes habían experimentado.  Los que se van a afectan a los que los reciben, haciéndoles saber que hay más formas de ser, de vivir y de pensar y los que reciben afectan a los que llegan enseñando que la vida no es sencilla y que ya no eres nadie más que quien logres demostrar que eres con consistencia y consecuencia.

Lo bueno del mundo de hoy es que hemos acortado distancias de todas las formas posibles, algunas aun creo que son imposibles pero ahí están, acercándonos a diario. Los que nos movimos en busca de mejorar, no solo nuestra propia vida, sino el futuro de nuestras familias o seres queridos, amamos el sacrificio que ello conlleva, lo atesoramos como ese callo que nos recuerda lo buenos que somos en ese deporte. En mi caso, hubo un porcentaje de aventura en la decisión de salir del país y entrar en otro… emocionante, divertido y atractivo, no sólo un tema racional, y en interesante lo abiertos que están los portones de la ventana… cuanto más te alejas más cerca lo ves todo. Como si el dolor de la distancia agudizara tu visión, la emocional y la mental, ante cualquier situación.

A los indecisos les digo: si no tienes claro el salir de tu país, no creo que te merezcas la miel de la experiencia, porque no hay dolor sin crecimiento, no hay tristeza sin grandeza de corazón y no hay identidad sin miedo a perderla… Pero aferrarse al puerto, nunca hizo interesante el viaje.

Al fin y al cabo, adaptarse en lo que decidas hacer y ser feliz a pesar de las dificultades es simplemente, como todas las cosas importantes en nuestra vida, Cuestión de Actitud.

 

 

 

 

 

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