De pequeña leía historias de emigrantes, la mayoría hombres valientes que dejaban la seguridad del entorno que los convirtió en hombres, para adentrarse a experiencias inciertas, bajo la premisa de que encerraban oportunidades necesarias para el bien de los suyos (o del propio).
En cualquier caso, era un sacrificio que pasaba “arrollador”
sobre un ser humano como una enfermedad que deja secuelas visibles de su efecto
devastador… A veces éstas, las huellas, están en el corazón y es entonces
cuando las encontraríamos en la mirada del emigrante. Otras veces están en su
cuerpo físico, fruto del desgaste de una aventura desdichada o corrosiva.
Pero actualmente, el fenómeno del emigrante ha cambiado en
tantísimos aspectos que pareciera que nada tiene que ver con el romántico
aventurero de antaño, o los desdichados desterrados, también de aquel entonces.
Hoy nació el movimiento migratorio humano como nuevo sistema de vida, para la
especie en cuestión.
El humano migrante no es el emigrante sino una nueva especie,
con nuevas características sociológicas, psicológicas y me atrevo a decir,
biológicas… Poco tiene que ver con los pueblos nómadas de la Tierra, las olas
migratorias responden a factores complejos que surgen básicamente de dos fieras,
la Guerra y la Crisis Económica en las
sociedades modernas. A veces es una sin
la otra, a veces van de la mano, pero siempre son poderos motivos para salir a
perseguir la subsistencia o la mejora de la calidad de vida más allá de tu área
de confort.
Es interesante ver cómo el fenómeno tiene un impacto
bidireccional y el factor de cambio se da en todos los vértices de la
situación: los que se van afectan a los que se quedan transformando sus mentalidades,
cada quien de forma diferente pero siempre abriendo sus mentes. Los que se
quedan afectan a los que se van, a menudo recordándoles de dónde vienen y
haciéndoles sentir añorados o queridos de maneras que nunca antes habían
experimentado. Los que se van a afectan
a los que los reciben, haciéndoles saber que hay más formas de ser, de vivir y
de pensar y los que reciben afectan a los que llegan enseñando que la vida no
es sencilla y que ya no eres nadie más que quien logres demostrar que eres con
consistencia y consecuencia.
Lo bueno del mundo de hoy es que hemos acortado distancias
de todas las formas posibles, algunas aun creo que son imposibles pero ahí
están, acercándonos a diario. Los que nos movimos en busca de mejorar, no solo
nuestra propia vida, sino el futuro de nuestras familias o seres queridos,
amamos el sacrificio que ello conlleva, lo atesoramos como ese callo que nos
recuerda lo buenos que somos en ese deporte. En mi caso, hubo un porcentaje de
aventura en la decisión de salir del país y entrar en otro… emocionante,
divertido y atractivo, no sólo un tema racional, y en interesante lo abiertos
que están los portones de la ventana… cuanto más te alejas más cerca lo ves
todo. Como si el dolor de la distancia agudizara tu visión, la emocional y la
mental, ante cualquier situación.
A los indecisos les digo: si no tienes claro el salir de tu país,
no creo que te merezcas la miel de la experiencia, porque no hay dolor sin
crecimiento, no hay tristeza sin grandeza de corazón y no hay identidad sin
miedo a perderla… Pero aferrarse al puerto, nunca hizo interesante el viaje.
Al fin y al cabo, adaptarse en lo que decidas hacer y ser
feliz a pesar de las dificultades es simplemente, como todas las cosas
importantes en nuestra vida, Cuestión de Actitud.
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