La rebeldía infantil, según
los expertos, especialmente cuando se torna en una pauta habitual de reacción,
se considera un trastorno de la conducta. Si bien parece ser un tema incómodo
de ahondar para los papás y mamás, a juzgar por lo que me han compartido últimamente
maestros, psicólogos e incluso médicos, que lo viven a diario, esta problemática
constituye un verdadero reto comunicacional con los acudientes de estos menores,
mal que -según parece- deriva de una curiosa alienación de los adultos con su propia
realidad…
En general, se suele hacer un
mal uso del concepto de rebeldía, lo que amplía el espectro de dudas
favoreciendo aún más que se le dé la espalda a la realidad. En sí mismo, el “vocablo”
define algo que no es saludable y que necesita corrección, ya que aleja al
individuo de su bienestar.
A menudo se usa el nombre de
este trastorno (rebeldía) para describir actitudes de lucha a favor de una
transformación positiva de alguien, pero suele tratarse de adultos y aún así,
el término no termina de ser del todo correcto.
Alguien que goza de equilibrio
mental y observa la necesidad de corregir o cambiar una situación injusta, si trabaja
para lograr ese cambio, en un proceso que no sea lesivo -sino constructivo-, definitivamente,
no podemos llamarlo Rebelde. Habrá otros términos como “pacifista”, “ecologista”,
“justo”, “honrado”, “valiente”, “héroe”, “voluntario”, “ejemplar”, “líder”…que serían
más adecuados. Seguro que todos entenderemos que si alguien desea cambiar
una realidad, pero lo hace bajo un código de valores universales y con respeto
al prójimo, no lo hace como producto de un trastorno, sino más bien debido a
una sana madurez.
Siendo así, les ruego que no
usemos a la ligera la palabra Rebelde para describir algo admirable ya que por
un lado mermamos injustamente la imagen de este ser humano de buena voluntad,
pero por otro lado, eliminamos carga de responsabilidad hacia las verdaderas
víctimas de este trastorno. Y he aquí donde se acentúa mi preocupación y la
necesidad de compartirles este texto, en el que voy a tratar de resumir qué
está sucediendo, porqué y cómo podemos tomar conciencia al respecto. Si me
permiten hacer un uso eufemístico del vocablo, mi actitud de hoy sería la de
“rebelarme” contra una realidad que aqueja a inocentes.
La rebeldía como
manifestación de trastornos de la conducta, es algo muy serio y más recurrente
de lo que según parece estamos dispuestos a admitir. De no ser atendida a
tiempo, puede llevar a la adicción a las drogas o al alcohol, incluso, según
los expertos, a la psicopatía, en lo que sería el proceso de “fabricación” de
un asesino. Pero antes de que se llegue a puntos de difícil retorno, sobre todo
cuando el ser humano está aun dentro de su etapa de desarrollo infantil
temprano, la primera víctima de su propia rebeldía suele ser él mismo (o ella
misma).
El cine nos ha mostrado a
rebeldes inolvidables, algunos con más causa que otros, muchos de ellos en
cierto modo entrañables porque su problemática en la trama del film nos
despertaba sentimientos de admiración y de protección. Si consideramos que
estos personajes conectaron emocionalmente con el público y en algún caso se
tornaron en verdaderos iconos, definitivamente es que algo cautivador había en
ellos.
Nace así, una creciente –por ahora-
minoría que sin embargo, cómo nos alertan los expertos, sus casos han crecido
en la última década, entre las clases media y media-alta, popularizando algunos
trastornos de la conducta hasta llegar incluso a ser banalizados. Me explico: por
grave que sea, hoy se ha tornado en algo “normal” señalar que un niño es
“hiperactivo”, que sufre DDA o que es “muy rebelde”. Se culpa irónicamente a la
televisión, a la tecnología y a la inevitable necesidad de trabajar muchas
horas fuera del hogar que nos “exige” el mundo actual, pero todo suena (y
perdón por mi francés) a una gran patraña.
Quizás, Jim necesitaba otro tipo de
oportunidades, pero los Jimmys de hoy, sufren la “aceptación”, un arma de doble
filo que curiosamente se torna en su jaula, un impulso diario para acrecentar su
transtorno hasta que éste se vuelve “insoportable” o “peligroso”.
Está demostrado que la escasez de afecto
y de verdadero respeto hacia el niño o adolescente, (algo que incluye la
creación de hábitos, obligaciones, horarios, y un claro sentido de la consecuencia
en la disciplina propia y ajena) lleva al pequeño a sufrir serios trastornos de
la conducta. Los expertos no paran de recordarnos que la
conflictividad familiar que conlleva la existencia manifiesta de discrepancias,
hostilidad, agresividad, distanciamiento afectivo de la pareja, etc. es causa
frecuente de múltiples problemas emocionales y adaptativos de los niños y
adolescentes. Los llamados síntomas comportamentales de los diversos síndromes
infantiles se clasifican como sigue, a notar que el punto 6 nos lleva de
regreso al tema de hoy:
1.
Déficit: Inhibición y pasividad
relacional. Timidez.
2.
Exceso: Agresividad e ira,
comportamientos disruptivos o disociales.
3.
Conductas sustitutivas: alcohol y
drogas.
4.
Búsqueda de compensaciones
afectivas fuera del hogar (pandilla, sexo, etc.).
5.
Problemas con las figuras de autoridad.
6.
Rebeldía
7.
Baja integración escolar y
problemas de rendimiento.
¿Será que Jim creció con
falta de amor en las paredes de su hogar?
¿Será
que en su casa no había un sentido real
de la consecuencia entre el discurso de los adultos y las actitudes de los
mismos?
¿Será que entre los miembros adultos había agresividad?
No olvidemos que la agresividad no solo son golpes o maltrato físico, existe la
peligrosa agresividad pasiva que puede llegar a la destrucción total del
autoestima o auto valoración de un adulto.
Ellos son parte de nuestra
realidad actual, de hecho están en mayor actualidad que nunca, y quisiera
animarles a ver que no son “un problema”, señores, ELLOS/ELLAS son quienes lo “tienen”
y “viven” con los problemas que les han creado desde afuera. Esto les
hace sufrir.
En las escuelas, los
maestros, o en las familias, los adultos responsables de los menores, pero a
todos nos toca observar esta posibilidad. Alerta cuando oigamos que “Este niño
es muy rebelde” “tiene muy mal comportamiento”, etc… Son las frases que nos
deberían abrir los ojos y darnos la valentía de entender que la Rebeldía no es
una actitud voluntaria de un ser en pleno desarrollo infantil temprano, sino un
aviso, un claro trastorno de su conducta con indudables causas que lo han
originado. Solo detectando el origen de su actitud, la raíz del problema, podremos
ayudar al pequeño “rebelde” a ser más feliz. Y entiendo, tras lo que nos
advierten los verdaderos expertos en el tema, que tenemos el deber de
observarlo y trabajar en cambiar los “elementos causantes” para ayudarlo a
tiempo, antes de que el drama de esa personita sea irreversible o llegue a la
adolescencia con total inadaptación, como Jim.
En cualquier caso, hacer de un
rebelde sin causa, un ser amado, reconociendo que le sobran los motivos para
actuar de forma preocupante y que está en nuestras manos ayudarlo, será, como
todas las cosas verdaderamente trascendentes en nuestra vida, cuestión de
actitud.
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